EN ESPIRITU DE FE. Un camino espiritual para hoy. Hein Blommestijn
La dinámica espiritual en la oración al Sagrado Corazón
En esta oración mística de 1848, vemos como las diferentes fases de la oración se ordenan y se siguen lógicamente, procediendo unas de otras. Probablemente fue compuesta un año después N.P. 12 a 18, hacia el 24 de octubre de 1848. Está destinada a convertirse en una oración de la comunidad al finalizar el retiro anual[1]. Las primeras estrofas son las siguientes:
Al Sagrado Corazón
77. Humildemente postradas ante vos
en el Sacramento de vuestro amor,
oh amabilísimo Corazón de Jesús,
os rendimos mil acciones de gracias
por el favor insigne
que vuestra bondad nos ha concedido
dándonos el precioso retiro
que hemos tenido este año.
78. Sí, oh divino Corazón,
nos gusta confesarlo,
a vos,
es a vuestra ternura,
a vuestra misericordia,
a vuestros designios de amor sobre nuestras almas,
que debemos este retiro
y todas las saludables impresiones,
las vivas luces y las santas resoluciones que son su efecto.
79. Jamás, hasta
este día,
habíamos comprendido tan bien
la sublimidad de la gracia de nuestra hermosa vocación,
ni la grandeza de los dulces deberes que nos impone.
80. Jamás habíamos reconocido tan eficazmente
que ser vuestra esposa y vuestra víctima,
son títulos inseparables
para un corazón susceptible de agradecimiento y amor.
(O. 77-80)
Anteriormente escribimos que la meditación es un estilo altamente meditativo y reflexivo. En los dos últimos párrafos que acabamos de citar, la acción es claramente puesta en evidencia porque Emilie de Villeneuve habla de "comprender bien" (79) y de "reconocer eficazmente". En el transcurso de una meditación – en este caso en un retiro – se trata precisamente de eso: llegar a ese punto de toma de conciencia. Además, es sorprendente que la oración comience con una acción de gracias. Podríamos considerar este poema como una forma concreta y adaptada de lo que expresa el Directorio Espiritual : "al terminar, no dejen de tomar buenas resoluciones que pondrán bajo la protección de la santísima Virgen…" (Dir. 1852 III,13).
Aquí, estas resoluciones son confiadas al Sagrado Corazón en acción de gracias. En esta acción de gracias, se subraya un aspecto fundamental, a saber el carácter de gracia de la meditación. Aún si la meditación es una fase en el transcurso de la cual estamos muy activos, no tenemos el centro de su final ni de su éxito: " A Vos debemos este retiro y todas las saludables impresiones, las vivas luces y las santas resoluciones que son su efecto". Su acción depende de la manera cómo la Palabra de Dios nos ha tocado en nuestro deseo. Sin esta gracia, la meditación es inútil. Se trata de ser tocado por un texto al estudiarlo y llegar así a una nueva visión de nosotros mismos, de nuestras necesidades y de nuestro camino de vida. Después, esto se convierte en lo esencial de nuestra oración. Una oración que busca y pide el camino que el Bien amado ha trazado para nosotros. Encontramos un maravilloso ejemplo en las palabras que Jesús dirige a Pedro al final del Evangelio de Juan: En verdad, en verdad te digo, cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón, e ibas donde querías; cuando llegues a viejo, abrirás los brazos, y otro te atará la cintura y te llevará donde no quieras. (Jn 21, 18)
Vemos concretamente que esto sucede a continuación en la Oración al Sagrado Corazón. La interpelación mencionada en la estrofa 81 ocupa un lugar clave. Sensiblemente conmovidas por lo que hemos comprendido en la meditación somos conducidas a la oración. La oración de la que hablamos aquí es una manifestación concreta. Prometemos, por medio de esta oración, vivir más de acuerdo con las gracias recibidas y - con vuestra gracia - comenzar una nueva vida en la que nos dejaremos guiar "por vuestro divino espíritu" y "vuestra divina Voluntad" (83):
81. En una palabra, oh Corazón adorable,
tenemos que reprocharnos
muchas infidelidades e ingratitudes hacia Vos.
Pero, sensiblemente conmovidas por tus beneficios,
arrepentidas de nuestras pasadas resistencias,
venimos a prometerte para el futuro,
una entera correspondencia a tus gracias,
una perfecta fidelidad a todos los deberes de nuestra santo estado,
y una constante generosidad para inmolar todo a tu amor.
82. Oh Corazón,
el más abnegado y el más generoso de todos los corazones,
dígnate comunicar a los nuestros,
los sentimientos que te animan
y hacernos dignas del hermoso título de esposas
que has querido darnos.
83. Ya lo ves,
estamos firmemente resueltas,
y aún, nos comprometemos en tu divina presencia,
a llevar una vida nueva,
a conducirnos en todas las cosas por tu Espíritu
y nunca según las impresiones de la naturaleza, y de los sentidos;
a buscar en todas las cosas,
grandes y pequeñas,
honorables o despreciables
tu única y pura gloria
y el cumplimiento de tu divina Voluntad;
en una palabra, queremos, con tu gracia,
destruir totalmente en nosotras el hombre viejo
y edificar sobre sus ruinas
el hombre nuevo, que sos vos mismos, ¡oh Señor Jesús! ! (O. 81-83)
"Pero ustedes, (…) tienen que abandonar su manera anterior de vivir y despojarse del hombre viejo, que los lleva a la propia destrucción. Han de renovarse en lo más profundo de su mente por la acción del Espíritu y revestirse del Hombre Nuevo, que Dios creó a su semejanza, en la justicia y santidad de la verdad." (Ef. 4 :20-24)
Pedimos, ni más ni menos, que se obre en nosotros una transformación, dando forma a Jesucristo en nosotros. Emilie de Villeneuve lo expresa con una imagen de San Pablo : "destruir enteramente en nosotras el hombre viejo y edificar (…) el hombre nuevo que sos vos mismo, oh Señor Jesús[2].
Esta imagen está también expresada en la estrofa 82: "dígnate comunicar a los nuestros [nuestros corazones], los sentimientos que te animan y hacernos dignas del hermoso título de esposas".
La dinámica, la interacción de esta transformación entra en la estrofa siguiente. El punto central es el pedido al Sagrado Corazón de guiarnos: reinad sobre nosotras.
(86) Pero esto no sucede sin nuestro previo acuerdo
de abandonarnos sin reserva y de renunciar a todo
lo que forma parte de nuestro amor propio.
84. Pero, para llegar a cumplir esta gran empresa,
nos comprometemos hoy nosotras mismas,
renunciamos a las inclinaciones de la naturaleza,
a las sutiles búsquedas del amor propio;
queremos vivir únicamente para vos,
poner nuestra gloria en ser humilladas y despreciadas,
nuestro contento y nuestras delicias
en sufrir y mortificarnos por vos.
85. Sí, oh Sagrado Corazón,
renunciamos a todo,
para poseerte solo a Vos,
porque solamente Vos,
mereces el amor y reinar en nuestros corazones.
86. Reinad, reinad pues sobre nosotras,
amable Corazón;
nos entregamos y nos abandonamos a Vos
sin ninguna reserva,
sólo pedimos,
como premio por nuestro amor y nuestra entrega,
un continuo crecimiento de ese santo amor en nuestras almas
y la felicidad de atraer corazones.
Ese es todo nuestro deseo,
toda nuestra ambición para el futuro. (O. 84-86)
Sin embargo, ese don de sí en el amor no es tan simple. La mano de Dios (reinad, reinad) es más que indispensable, pues aún cuando está presente el proceso de crecimiento se va dando con altos y bajos. Por eso, esa piadosa ofrenda de santo amor, está ligada al pedido de dos cosas:
un continuo crecimiento de ese santo amor en nuestras almas y la dicha de ganar corazones para El. Nuestro amor, nuestro crecimiento en el amor de Dios es un don. Sólo en la oración podemos suplicar recibirlo, sin poder agregar nada por nuestros propios medios. Constituye la bisagra de nuestra transformación en Dios. Y el amor al prójimo, nuestra misión, es su prolongación. Tampoco podemos ni debemos realizar esta misión por nuestros propios medios. Razón por la cual, ganar almas para Dios es algo que debemos pedir en la oración. Esto está ligado con nuestro crecimiento en el amor que esperamos de Dios, está indisolublemente ligado. Los dos primeros artículos de las Constituciones se reflejan en la coherencia armoniosa de dos líneas de la oración[3]. Esos dos puntos constituyen en conjunto la quinta esencia de la vida religiosa Por eso podía concluir las estrofas con estas palabras : Este es nuestro deseo, toda nuestra ambición para el futuro. Pero aún no hemos llegado al final de esta oración, ni del proceso que allí se expresa. Siguen todavía dos partes importantes. En el centro de la primera parte se encuentra la acogida de la eficacia y la
estabilidad en esta transformación de nuestros deseos, "haced eficaces y permanentes estos deseos". Sin la ayuda de Dios estamos, en efecto, abandonadas a nuestras propias debilidades y rápidamente caemos (87):
87. ¡Ah! por favor,
haced eficaces y permanentes estos deseos;
no nos abandones, Corazón amadísimo,
a nuestra extrema debilidad;
si os retiráis un solo instante,
recaeremos enseguida
en nuestras negligencias y nuestra inmortificación.
88. Llévanos pues entre vuestras manos, Señor,
abridnos vuestro divino Corazón
para
que vivamos en El encerradas santamente,
muertas al mundo y a la naturaleza,
amantes apasionadas de las cruces y sacrificios,
y totalmente consumidas de celo por la salvación de las almas.
Particularmente dos imágenes expresan la ayuda de Dios, dando cuerpo al elemento místico y contemplativo de este proceso: "Llevadnos pues entre vuestras manos Señor, abridnos vuestro divino Corazón, a fin que vivamos encerradas en El santamente…" (88). En la oración, le pedimos que nos lleve entre Sus manos y nos deje vivir en la segura intimidad de su Corazón, de su Amor. Este 'espacio seguro' no es por otra parte como 'una última morada'; constituye más bien un espacio donde nuestra total transformación en El toma forma, y a partir del cual acogemos realmente nuestra
misión de manera eficaz y estable. Pues si su Amor colma el nuestro, nuestra debilidad será eclipsada por su poder.
Estaremos entonces por El, con El y en El "muertas…, amantes apasionadas… y totalmente consumidas de celo…"[4].
El párrafo 88 se acaba con un final natural donde el desarrollo de este proceso en nuestra misión es una vez más marcada con un punto. En sí, esta oración podría haber terminado aquí, pues todo ha sido dicho. Pero es precisamente aquí que toma un giro inesperado. La persona interpelada cambia:
89. Divina Madre, augusta María,
a vos corresponde sostener nuestros pasos
en la nueva carrera de perfección
en la que vuestro divino Hijo nos apremia a entrar.
90. Dígnate encargarte,
celestial y amadísima Madre,
recordar sin cesar a nuestro corazón,
los santos pensamientos de este bendito retiro;
no dejéis que se debiliten
las felices impresiones en nuestras almas,
a fin de que fuertemente aguijoneadas por ese recuerdo
y por vuestros ejemplos tan eminentemente perfectos,
marchemos fielmente
en el desprendimiento total de todo lo que ocurra
y en la generosa búsqueda de Sólo Dios.
91. Y con el temor de que,
llevadas por nuestra inconstancia,
dejemos que se apague el santo ardor
que nos has dado durante este retiro,
Oh divina y tierna Madre,
vendremos cada día de nuestros retiros mensuales
a reavivar este ardor en nuestros corazones,
haciendo a tus pies
las mismas protestas que os hacemos hoy.
Es aquí que encontramos una indicación del momento en que compone esta oración. En una carta del 24 de octubre de 1848 dirigida a las Hermanas de la Casa madre encontramos, manera de conclusión, las siguientes palabras[5]:
Que felices seremos cuando Sólo Dios reine en nuestro corazón, en nuestro espíritu nuestra voluntad; ese es todo mi deseo. Recemos juntas al Señor, al finalizar este retiro para que se digne continuar aclarándome, a fin que pueda guiarlas con seguridad en el camino de la santidad y que este año sea para cada una de nosotras un año de fervor y entrega a la gloria de Jesús y de María.
Al terminar esta carta, (...) les ruego, mis queridas hijas, vayan todas juntas a los pies de Nuestra Señora del Pronto Socorro para agradecerle las gracias que me ha obtenido durante este retiro, y pedirle que nos obtenga a todas la gracia de llegar a ser verdaderas esposas de su Hijo crucificado y que estemos todas disponibles para no rechazar ningún sacrificio cuando se trate de la gloria de Dios y la salvación de las almas. Confío que mirará con bondad a la madre y a las hijas. Las dejo en su corazón para que Ella las introduzca en el de su Hijo.(C-Div. 49-50)
Quedamos sorprendidas ante todo por la semejanza de la primera frase con las estrofas 85-86.
Reinad, reinad (...). Ese es todo nuestro deseo, (...). (O. 86)
Reencontramos la exhortación a postrarnos todas a los pies de la imagen de Nuestra Señora del Pronto Socorro, en las dos últimas líneas del párrafo 91, al final de la oración:
Vendremos (...) a reavivar este ardor en nuestros corazones, haciendo a tus pies las mismas declaraciones que hacemos hoy. En lo que concierne a la dinámica espiritual, son sobre todo estas palabras finales las que nos apasionan: "Las dejo en su corazón a fin de que las introduzca en el de su Hijo". Es ese precisamente el sentido de los párrafos 89 a 91 incluido. Nuestro abandono en el proceso de transformación al que aspiramos es irrealizable por nuestros propios medios. Es a María, la patrona de la congregación a la que le pedimos que lo realice en nosotras. Es en esta perspectiva que comienza la ultima parte de la oración: "Divina Madre, augusta María, a vos corresponde sostener nuestros pasos en la nueva carrera de perfección (...)".
Hecha esta reflexión, todo lleva a concluir que estamos ante tres textos distintos, pero entrelazados entre sí, que vieron la luz alrededor del 24 de octubre de 1848. Por una parte, está la Oración al Sagrado Corazón constituida con dos oraciones expresadas una después de la otra en dos lugares diferentes y, por otra parte, está la carta dirigida a las hermanas de la Casa Madre por medio de la Madre Séraphine Lequeux. Estos textos tienen el mismo lenguaje y pertenecen al mismo contexto de la clausura del retiro y las ceremonias concernientes al mismo.
Los párrafos 77 a 88 incluidos constituyen una sola oración más o menos independiente de la conclusión de los párrafos 89 a 91 incluidos. El párrafo 77 muestra que la oración está dicha en la capilla, en presencia del Santísimo Sacramento: "Humildemente postradas ante vos en el Sacramento de vuestro amor, oh amabilísimo Corazón de Jesús, (...)[6]"
A continuación, fue leída probablemente la carta que acabamos de citar a menos que hayan sido expresadas palabras muy parecidas[7]. Se dirigía a sus hermanas, y con ese fin, interrumpe su mirada sobre Jesús : "Acabo de alejarme de Jesús en el Santísimo Sacramento y me siento urgida[8] por ese divino Corazón a comunicarles las impresiones de mi retiro y abrirles mi corazón con toda sencillez".(C-Div. 37)
Finalmente propone salir y rezar delante de la imagen de Nuestra Señora del Pronto Socorro:"Les ruego, mis queridas hijas, que vayan juntas a los pies de Nuestra Señora del Pronto Socorro(...)" (C-Div.50). Es probable que allí se rezó la segunda oración de los párrafos 89a 91.
Probablemente nunca sabremos como se produjo esto en el plano histórico. Pero no es indispensable, ya que lo que nos importa es únicamente el proceso espiritual. Es sorprendente constatar la necesidad de una clemente ayuda solicitada tanto al Sagrado Corazón como a María. En ellos y por ellos debe realizarse y adquirir estabilidad nuestra transformación. En la estrofa 91 la fuerza motriz de todo esto es llamada santo ardor, una viva pasión atribuida en esta oración al retiro vivido. Se trata aquí expresamente de un fuego de amor que es un don, un don recibido:…el santo ardor
que nos has obtenido durante este retiro, oh divina y tierna Madre… (O. 91)
Solamente una caricia del amor de Dios puede darnos la fuerza necesaria para poder, en un amor recíproco, abandonarnos a la acción transformadora que esperamos. Es entonces cuando nuestro abandono podrá ser una verdadera devoción, un camino en el cual no somos nuestro propio timonel, sino que María nos conduce, según el lenguaje tan lleno de imágenes de esta oración:
Divina Madre, augusta María,
a vos pertenece sostener nuestros pasos
en la nueva carrera de perfección
en la que vuestro divino Hijo nos urge a entrar. (O. 89)
Emilie de Villeneuve no es una excepción en esta aproximación. Una larga tradición de autores espirituales la han precedido. Respecto a este lazo entre el amor y la devoción, el místico Ruysbroeck (1293-1381) escribe por ejemplo:
De este amor sensible viene la devoción a Dios y a su Gloria. (...) La devoción existe cuando el fuego del amor y la caridad lanza hacia el cielo su llama de deseo. La devoción mueve y excita al hombre exterior e interiormente al servicio de Dios. La devoción plenifica el cuerpo y el alma (...) Purifica el cuerpo y el alma de todo lo que puede ser una traba o un obstáculo[9].
Nuestra devoción es pues esencialmente un movimiento de amor[10]. Proviene de un toque de amor de Dios y lleva a su crecimiento. Emilie de Villeneuve explicita esto muy claramente en la oración de Consagración a Nuestra Señora del Pronto Socorro[11]. Sobre todo al final de la misma nos interpela por el modo como expresa que esperamos recibir como un doble don, nuestro crecimiento en el amor hacia ella (María) y nuestra pertenencia a Jesucristo.
Cerramos este párrafo con una cita de esta oración:
75. Dígnate recibir con este simple y pobre don de
nuestras manos,
el don pleno, total e irrevocable
de nuestros corazones y de nosotras mismas;
somos tus hijas devotas;
dígnate continuar mostrándoos nuestra Buena Madre; (...)
76. (...) tu bondad oh dulce y tierna Madre,
liberará para siempre a aquellas que,
ofreciéndote sus corazones con este altar,
no ambicionan a cambio
sino la dicha de agradarte
y de amarte cada día más,
hasta que les sea dado ser de Jesús
tan perfectamente como Vos misma. (O. 75-76)
NOTAS
[1] La edición Notas y Oraciones de Sœur Marie de Villeneuve … Roma (1994) da sólo el año 1848 como fecha de esta oración. Algunas indicaciones contenidas en las cartas C–Div. 4 et C–S.L. I, 30 muestran que esta oración fue escrita en vistas a la clausura del retiro que finalizaba ese año el 24 de octubre de 1848 para la mayoría de las hermanas. Volveremos al tema en el comentarios sobre las últimas estrofas.
[2] Encontramos aquí, como en un dedal, los tres sentimientos básicos del contenido de la meditación, elemento que hemos citado anteriormente, a saber : 1. La perspectiva de la imitación ; 2. La ubicación central de la vida de Jesucristo, su Esposo y 3. El hecho de morir a sí misma.
[3] Art. I. El fin primero del Instituto es la santificación de sus miembros por el cumplimiento de los tres votos ordinarios de religión, y particularmente por el amor y la práctica de la Virtud de Pobreza tomada en todos sentidos.
Art. II. El segundo fin que se propone el Instituto por un cuarto voto (el de trabajar en la salvación de las almas) y entregarse a la santificación del prójimo, y más especialmente a las almas pobres y necesitadas, sea en Europa, sea en las misiones lejanas, sobre todo entre los pueblos salvajes. (C.1852, 2).
[4] Un año antes, utilizó la siguiente fórmula : "Sin cesar deben pedir a Dios su auxilio; la oración debe serles habitual y (…) pidiendo a Dios sus luces antes de hablar, de actuar, esforzándose además en adquirir una unión íntima con el Corazón de Jesús ; si tienen esta feliz unión, encontrarán en El la luz, la fuerza y el consuelo y triunfarán infaliblemente en sus obras". (25 noviembre 1847 ; C–Mis.II 1,15)
[5] El texto completo de la carta se encuentra más adelante.[6] Comparar con Dir. 1852 XI, 66 ; N.P. 14.
[7] En la carta que escribe a Sœur Séraphine Lequeux le pide que la lea a las hermanas de la comunidad (C-Div. 50) : "Lea pues con sencillez a las hermanas la carta que le envío". Esto contradice nuestra suposición. No debemos perder de vista que todas las hermanas no hacían el retiro al mismo tiempo. La lectura pudo haber estado destinada a las otras hermanas. Las hermanas a las que principalmente se dirigen estas palabras terminan su retiro ese mismo día, mientras que Emilie de Villeneuve aún lo continuaba : "Que el retiro que acaban de hacer no les sea inútil, que él que hago yo sea provechoso para toda la comunidad". (C-Div 48)
[8] Estas palabras urgidas y urgir vuelven 133 veces en sus escritos (sin tener en cuenta los textos de las reglas). Es muy raro que las utilice en el sentido que tienen las mismas en el texto citado anteriormente, a saber un fanatismo vivido religiosamente. No veremos más este sentido en sus últimas cartas. Se encuentran aún tres veces en N.P. 80 ; O. 40 et O. 50.
[9] Ruysbroeck, Las bodas espirituales, en : Ruysbroeck, Obras escogidas, traducidas y presentadas por J.-A. Bizet, Aubier, Paris 1946, página 246.
[10] "La verdadera y viva devoción, oh Filotea, presupone el amor de Dios, en verdad no es otra cosa que un verdadero amor de Dios; (...)". Francisco de Sales, Introducción a la Vida Devota, I.1,p. 32, en : San Francisco de Sales, Obras, Edición Gallimard, 1969.
[11] La fundadora escribió probablemente esta oración antes, en ocasión de ubicar en el lugar una estatua de Nuestra Señora del Pronto Socorro, en los jardines del convento.